Estaba todo listo. Se
había encargado de que alguien cuide a los chicos. Se aseguró de que esa noche,
ella estaría libre. Manipuló las rutinas de unos y de otros, para que se diera
el momento justo de la declaración.
Y ahí estaban ellos al
fin, discutiendo temas neutrales, obligados, monocordes. Los temblores internos
disfrutaban el momento haciendo derramar borbotones de sudor. El sonido de las
voces era tan lejano como un eco reverberante en el Parque Las Quijadas y sus
ojos penetraban en lo profundo de una mirada que no lo miraba.
“Ahora”, decía su cabeza; “Ahora, ¡dale!
¡dale!”, gritaba su corazón; “ya tenés todo arreglado”, reclamaba su alma… Una pausa era lo que
esperaba. Una inspiración espontánea que permitiera asestar su frase pensada,
repensada y estrujada durante días.
Y entre las palabras que
iban y venían en el aire, prácticamente sin pensarlas, finalmente se produjo el paréntesis
comunicacional entre los dos. Y se escuchó en su interior el infalible inconsciente
sicario del superyó que susurró: “¿y si dice que no?”
- Chau. Hasta mañana.
- Que tengas una buena noche.
- Gracias. Vos también.
Cenó como todos los
días. Solo.
Y superyó en un rincón.
mjs